Claves para la soberanía estratégica de un territorio

Tenemos un problema.

En realidad, tenemos un montón de problemas. Les llamamos «objetivos de desarrollo sostenible» porque llamarlos «desafíos apocalípticos potencialmente destructores de la humanidad» era demasiado largo y sonaba muy trágico. Pero ahí están: el hambre, la deforestación, las inundaciones, la destrucción de ecosistemas, la escasez de agua, la pobreza, la desigualdad…

¿Qué tiene que ver esto con la soberanía estratégica?

Estos problemas ya serían complicados de resolver si viviéramos en un entorno estable y predecible. Pero no es así: la COVID-19, la guerra de Ucrania, el desabastecimiento energético, el conflicto de Oriente Medio, la subida de los tipos de interés, el crecimiento de nuevas potencias mundiales como China o India con las que no compartimos los mismos valores, el cierre del grifo de materias primas de países como Indonesia o Zimbabue en su estrategia de industria local, y otros sucesos que nadie ha visto venir hasta que ya los teníamos encima.

Nassim Taleb llama a estos sucesos inesperados cisnes negros. La realidad es que en los últimos años vivimos dentro de un estanque lleno de cisnes negros, y que todo esto está erosionando las bases de la globalización: bajan los niveles de PIB, de empleo y de productividad, los territorios se quedan atrapados en la “trampa del desarrollo” y lo que viene de fuera se interpreta como una amenaza.

Y no solo lo de fuera. También se cuestionan los valores típicamente occidentales: el 70% de las personas nacidas en EEUU y Gran Bretaña en la década de los 80 no creen que la democracia sea vital para garantizar su bienestar. Lo que llamamos la era de la responsabilidad (el periodo desde la Segunda Guerra Mundial en el que se dejaron de lado los extremismos para apostar por una civilización basada en conocimiento y en ciencia) se ha terminado.

Aquí está el reto: cómo dar respuesta a problemas globales difíciles de resolver para los que necesitamos la ayuda de terceros, en un momento en el que no parece buena idea mostrarse débil y perder relevancia en el escenario global. Y ahí es donde cobra importancia el concepto de soberanía estratégica.

La soberanía estratégica es el conjunto de capacidades que permiten a un territorio identificar y solucionar sus problemas, y está muy relacionado con el nivel de bienestar, si entendemos este como la suma de soluciones que un territorio es capaz de crear para dar respuesta a los retos a los que debe enfrentarse. ¿Cuáles son las claves para avanzar en el nivel de soberanía estratégica de un territorio?

Primera clave: una industria potente.

No hay autonomía estratégica ni de ningún otro tipo si no tenemos soberanía industrial. Pero no nos vale cualquier tipo de industria. De hecho, como subrayaba The Economist hace pocos meses, el peso del sector industrial tradicional ha caído en casi todas las economías occidentales, incluidas China e India, y también ha caído la remuneración y el número de los empleos industriales. Por primera vez desaparece la relación entre el crecimiento económico y la tasa de industrialización en los países de la OECD.

Lo que está pasando es que la industria está cambiando. Las tecnologías digitales, la gestión de los datos, la robotización y los requisitos para ser más sostenible la están cambiando, y exigen nuevas habilidades y nuevos roles. También se está flexibilizando, para poder ofrecer productos más personalizados. Las cadenas de valor se integran de manera más eficiente y los agentes empiezan a depender más unos de otros. Se crean nuevos ecosistemas industriales con nuevos eslabones de la cadena de valor.

Este tipo de industria es fundamental porque contribuye a crear lo que llamo ecosistemas antifrágiles. Un sistema antifrágil es un sistema que no se rompe cuando lo sometes a estrés, pero que hace mucho más que resistir: no es solo resiliente, sino que además es capaz de aprovechar el estrés para hacerse más fuerte. Es cómo un músculo que se hace más resistente con el estrés físico. Ese es el objetivo. Cuanto más antifrágiles sean las cadenas de valor locales, mayor será el peso de lo local en la geoestrategia global, y mayor por tanto nuestra capacidad de influencia.

Segunda clave: la tecnología.

Qué voy a decir yo, que trabajo en un centro tecnológico. La tecnología es la primera demanda de la industria porque la tecnología es, y cada vez va a ser más, una demanda social. La mayor parte de los problemas que estamos enfrentando en el mundo requieren de soluciones parcial o totalmente tecnológicas. Tampoco nos vale cualquier tecnología, hablamos de tecnología deeptech. El 97% de las empresas deeptech del mundo contribuyen al menos a uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible.

La tecnología deeptech está basada en conocimiento científico, en liderazgo científico: IA, IoT, blockchain, robótica, solar, eólica, EV, hidrógeno verde, etc. Y ser relevantes generando esta tecnología no es un tema menor porque, a día de hoy, el 30% de las publicaciones y el 70% de las patentes en estas tecnologías no están en Europa, están en EEUU y en China. China tiene el 50% de las patentes vinculadas a industria 4.0 (destaca especialmente en robots para fabricación) y el 60% de las vinculadas a energías limpias, EV e H2. La mayor parte de las tecnologías de frontera tienen una fuerte relación con la industria 4.0 y con la sostenibilidad medioambiental. En la medida en que un territorio esté más preparado para las transiciones, su nivel de soberanía tecnológica y estratégica aumentará.

Tercera Clave: las alianzas.

Soberanía estratégica no es autarquía, ni proteccionismo ni cierre. Entre lo que queremos tener y lo que podemos tener hay una distancia que toca cubrir con alianzas. Pasamos del offshoring al reshoring para darnos cuenta de que no podemos tener todos los eslabones de las cadenas de valor estratégicas, y de que nuestras alianzas tradicionales no son suficientes.  El friendshoring nos lleva a buscar aliados fiables para completar los eslabones que no tenemos, acceder a materias críticas y tecnologías de las que no disponemos y, a la vez, nos obliga a pensar qué podemos aportar nosotros que nos haga valiosos a sus ojos, reforzando nuestras cadenas de valor locales.

Tenemos que conseguir interdependencias más equilibradas, más simétricas. Incluso en el caso de China, es interesante explorar la idea de (derisking, not decoupling) que mencionó Biden en su discurso en Naciones Unidas de hace pocos meses, y que vendría a confirmar que a los amigos hay que mantenerlos cerca y a los enemigos, todavía más.

Cuarta clave: el talento.

Aunque el talento es un lugar común en los discursos de política, la verdad es que el talento es el recurso más importante de los sistemas de innovación y el más estratégico para garantizar su antifragilidad. El cambio demográfico en Europa está reduciendo la masa crítica de personas en edad de trabajar y, a la vez, asistimos a una fuga de personas cualificadas fuera de la UE hacia destinos como USA, Canadá y Australia principalmente en busca de mejores salarios y mejores condiciones de trabajo.

En Europa hay un déficit de 500ks profesionales en big data y unos 300k en ciberseguridad.  No nos valen de nada las estrategias si no tenemos el talento. La batalla por el futuro de Europa es la batalla por el talento. Es fundamental tener una educación de calidad, con unas instituciones educativas innovadoras y conectadas con la empresa, y unas condiciones de trabajo atractivas para atraer a los perfiles que nos faltan.

El talento, las personas, la sociedad en su conjunto, tienen un papel fundamental en el progreso del territorio. Cuando ignoramos a la sociedad, ponemos en riesgo la era de la responsabilidad y las bases de nuestra civilización. Crear riqueza es el primer paso para el desarrollo, pero no hay desarrollo si no hay redistribución de la riqueza. Y un estudio reciente de FUNCAS apunta a que España sigue estando a la cola de Europa en redistribución de riqueza. En la medida en que la sociedad tenga voz, es más probable que la revolución tecnológica venga unida al progreso social. Sin justicia social no hay cohesión de país y sin cohesión no habrá crecimiento económico ni soberanía de ningún tipo.