¿Son las misiones el siguiente paso en la política vasca de innovación?

La política vasca de innovación se ha construido sobre décadas de visión compartida. Tras las primeras políticas de oferta que datan de los años 80 y mitad de los 90, en los que se construyeron las bases de la actual Red Vasca de Ciencia, Tecnología e Innovación (RVCTI), llegaron las políticas para sofisticar la unión entre la oferta y la demanda (1997-2005), consolidando la Red y orientándola hacia las necesidades presentes y futuras de las empresas y de la sociedad vasca. A partir de 2005 se puso el acento sobre la necesidad de obtener resultados en base a las principales fortalezas del país, y desde 2013, la especialización inteligente ha guiado la elección de las principales prioridades de innovación. Gracias a todo este trabajo, a la planificación y a la estabilidad en la apuesta por la I+D, el sistema vasco de innovación es un sistema consolidado, maduro, estable y preparado para afrontar los retos del futuro.

Los Objetivos de Desarrollo Sostenible definidos por Naciones Unidas ofrecen una guía sobre los grandes retos a los que se enfrenta el mundo, muchos de ellos vigentes e importantes también para Euskadi, tales como salud y bienestar universal, educación de calidad, igualdad de género, energía asequible y no contaminante, trabajo digno y crecimiento económico; industria, innovación e infraestructuras, reducción de las desigualdades, comunidades y ciudades sostenibles, producción y consumo responsables, protección del clima, vida submarina y terrestre, paz; justicia e instituciones sólidas.

Orientar las políticas de innovación a encontrar soluciones que den respuesta a estos retos aporta a la política vasca direccionalidad para la transformación. Esto implica elegir, priorizar y crear visiones compartidas entre todos los agentes del sistema sobre el futuro del país, así como analizar las diferentes vías para lograr los objetivos, las relaciones entre ellas y las consecuencias económicas, sociales y medioambientales de las decisiones tomadas.

La transición de un sistema tradicional de ciencia, tecnología e innovación a un sistema transformador implica definir un nuevo modelo de desarrollo que necesariamente ha de estar basado en los valores y en las características intrínsecas de la cultura vasca: su capital humano, su capital creativo, el productivo, el social y el capital ecológico.

40 años de política vasca de innovación. Fuente: elaboración propia.

Además, las apuestas –las misiones– se construyen desde el ámbito local, aprovechando las fortalezas locales y regionales, y respetando las diferencias territoriales en un proceso que permita empoderar a los agentes de diferentes niveles. La participación se convierte así en uno de los principales pilares de la transformación, en un proceso estrechamente relacionado con la colaboración entre la ciencia, la tecnología, el gobierno, las empresas y la sociedad.

Para que la participación sea efectiva y eficiente, la visión contempla la necesidad de dotar a la ciudadanía del conocimiento y de las habilidades necesarias que le permitan conocer, entender, analizar y proponer soluciones, convirtiéndola en un agente activo dentro de la política pública de I+D, que trasciende la dimensión de ser mero receptor de las medidas definidas por terceras partes. Sin embargo, participación no significa que todos los agentes deban tomar todas las decisiones. La participación responsable lleva implícita la implicación en cada momento de los agentes que estén más capacitados para decidir y para implantar las decisiones tomadas. Indudablemente, las capacidades necesarias no son las mismas cuando se trata de decidir qué misiones abordar que, por ejemplo, cuando se busca involucración en la implantación de medidas de comunicación y difusión de resultados obtenidos de un proyecto concreto. La participación responsable lleva al límite la eficiencia del sistema involucrando a todos los recursos disponibles (humanos, materiales, financieros) para lograr un objetivo conjunto. Un país de nuestro tamaño no puede permitirse ignorar recursos que pueden constituir la diferencia entre el éxito o el fracaso de la estrategia de innovación.

Una política vasca de innovación orientada a misiones (orientada a impacto) no es más que la evolución natural de una política de innovación que ha sido coherente en el tiempo y que ha dado, en general, buenos resultados. Implica mantener activas las políticas de oferta que permitan crear las infraestructuras necesarias para que el conocimiento se actualice y nos permita avanzar, las políticas de demanda que ayuden a sofisticar tanto la demanda empresarial como la demanda social, y las políticas de resultados, entendidos estos como outputs y outcomes, que han contribuido en los últimos años a posicionar a todos los agentes del sistema en la cadena de valor de la innovación.

Finalmente, una política orientada a misiones puede impactar directamente sobre el nivel innovador del País Vasco, reforzando nuestra posición como región europea de alta innovación y ayudándonos a posicionarnos de manera diferencial en un escenario cada vez más complejo y cada vez más competitivo.

De cuando fuimos a por cañones y volvimos con babas de lobo

Avanzaba el último cuarto del siglo XVIII en el Reino de España, y Carlos III estaba frito: justo ahora, cuando más crítico resultaba el control de las fronteras y la expansión territorial, los cañones fabricados en Cantabria, con los que se equipaban todos los barcos de la marina española, reventaban como melones maduros.

Wolframio. Laboratorium Bergara Zientzia Museoa

El rey sabía que los mejores cañones del mundo se fabricaban en la Carron Company de Escocia, con una técnica innovadora de vaciado en hueco. Pero España y Gran Bretaña se habían pasado los últimos años (y todavía se pasarían una buena parte de los siguientes) a torta limpia por el control de los territorios en diferentes partes del mundo, así que pedirles cañones a los escoceses no parecía una opción viable.

Tampoco el Reino de España estaba muy puesto en las ciencias útiles: la Inquisición Española, enemiga acérrima de la Ilustración, campaba a sus anchas por el país, constituyendo una barrera al desarrollo de las matemáticas, la física, la química, las ciencias naturales y, en general, a cualquier conocimiento de vanguardia que le hubiera podido proporcionar al monarca alguna pista útil para solucionar el problema de sus cañones.

Pero Carlos III era un hombre de recursos. Contactó con Pedro González de Castejón, Secretario de la Marina y le encargó el desarrollo de un Plan de Espionaje Científico-Tecnológico por Europa, para conocer y traer a España la tecnología más moderna de fabricación de cañones. El Secretario llamó al bilbaíno José Vicente de Mazarredo, capitán de navío con el que había coincidido en Argel unos años antes, y le hizo un encargo curioso: encontrar un par de hombres vizcaínos, que fueran hábiles, instruidos, no vulgares, conocedores del hierro y del inglés, y capaces de introducirse en la Carron Company y traer a España el conocimiento necesario para fabricar los mejores cañones del mundo. Con esa petición, Mazarredo supo exactamente a dónde dirigirse: a la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País (RSBAP), la primera sociedad económica creada en España para fomentar las ciencias y las artes, y que tenía su sede en Azkoitia.

Para la RSBAP esta petición fue un golpe de suerte: podían proporcionarle al rey los hombres que necesitaba y, a cambio, obtendrían financiación de la Corona para crear dos cátedras nuevas en Química, y en Mineralogía y Metalurgia. Con el compromiso real de mantener la financiación al menos durante diez años más, la RSBAP pudo impulsar el Real Seminario de Bergara contratando profesores de la talla de Joseph Proust (química) ,François Chavaneau (química), Thunborg (mineralogía), Jerónimo Mas (matemáticas) o el propio Fausto Elhuyar, y montando uno de los laboratorios de química más avanzados de la Europa de la época.

A cambio, la RSBAP designó a Juan José Elhuyar y a Ignacio de Montalbo como espías (el segundo fue tan bueno que no queda ni una foto suya), y los envió a Europa con instrucciones muy secretas y muy claras: debían ir a París para activar contactos con otros ilustrados del continente y conocer los principales textos de metalurgia y de química; de allí pasarían a Alemania, donde se formarían en las mejores escuelas del mundo y aprenderían un alemán tan bueno como para hacerse pasar por alemanes cuando entraran en Escocia; luego viajarían a Austria, Hungría y Eslovaquia para conocer las mejores técnicas de metalurgia del continente, antes de pasar a Suecia, donde visitarían las fábricas y conocerían a los mejores químicos que entonces investigaban en Europa, y finalmente, con toda esa información, entrarían en Carron para espiar el proceso de fabricación de sus mejores cañones. Además, la comunicación con España sería continua y se haría en euskera para cifrar los mensajes y evitar que la información cayera en manos no deseadas.

La aventura tuvo un éxito más bien discreto. Cinco años después de que Ignacio y Juan José salieran de Bergara, la misión se suspendió. En 1783 murió el Secretario de la Marina, terminó la guerra y, para entonces, los cántabros ya habían hecho algunos progresos con los cañones españoles, así que la Corona consideró que la misión ya no tenía valor para el país. Sin embargo, a esas alturas, Ignacio había logrado llegar hasta Escocia, y Juan José había aprendido las técnicas más punteras de metalurgia y de química de la mano de los mejores científicos del mundo.

Cuando volvió a Bergara junto a su hermano Fausto, Juan José traía una idea en la cabeza que, a la postre, sería uno de los mayores descubrimientos científicos de la época: el aislamiento del elemento químico que denominaron wolframio, porque ese nombre “le corresponde mejor que el de tungsteno que pudiéramos darle en atención a haber sido la tungstene o piedra pesada la primaria materia de la que se ha sacado su cal por ser el volfram un mineral que se conocía mucho antes que la piedra pesada”.

El nombre (babas de lobo) procede de una leyenda medieval alemana, según la cual los mineros creían que el demonio habitaba en el fondo de la mina en forma de lobo, y que era el culpable de corromper con sus babas el estaño, corroyéndolo y dando como resultado la wolframita. Gracias a la RSBAP pudieron publicar su descubrimiento y darle repercusión internacional en su escrito: “Análisis químico del wolfram y examen de un nuevo metal que entra en su composición”, que rápidamente fue traducido al inglés y al alemán contribuyendo aún más a su difusión. A día de hoy el wolframio está considerado por la Comisión Europea como una materia prima crítica y es un mineral estratégico a nivel mundial; tiene los puntos de fusión y ebullición más altos de todos los metales conocidos y solo el diamante tiene una dureza mayor. Está presente en blindajes, en municiones, en las cabezas de los cohetes y en los teléfonos móviles, y su precio se dispara día a día.

Esta historia es un perfecto ejemplo de misión, doscientos años antes de la famosa misión Apolo que llevó el primer hombre a la Luna. Es un gran ejemplo de las externalidades positivas que se derivan de las misiones (nadie pensó en aislar el wolframio cuando planeaban ir a espiar a los escoceses) y contiene muchas de las claves de éxito que deberíamos tener en cuenta hoy, casi 250 años después para planificar nuestra política tecnológica.

Todos los agentes implicados en la historia entendieron que la solución a su problema pasaba por la ciencia y por la tecnología. Diseñaron un proyecto con unos objetivos y unos hitos perfectamente planificados (direccionalidad), con una gobernanza compleja y transversal que incluía agentes de dentro y de fuera del país, versados en disciplinas muy diferentes (conocimiento de idiomas, de física, de metalurgia, de química, hasta de técnicas de espionaje internacional), establecieron un sistema de comunicación y de difusión eficientísimo, y le dotaron de los mejores recursos materiales (laboratorios), personales y financieros (financiación a largo plazo garantizada).

Si estos días de vacaciones tenéis un ratito, os sugiero que os deis una vuelta por la Villa de Bergara. En el palacio Errekalde encontraréis el Laboratorium, que contiene una maravillosa colección de más de tres mil piezas, algunas de ellas verdaderas obras de arte, que ayudaron a impulsar la ciencia y la tecnología dentro y fuera de Euskadi. Si bajáis hacia la plaza del ayuntamiento, encontraréis el Real Seminario de Bergara, donde se formaron y dieron clase algunas de las mentes más brillantes de Europa. Y un poco más al sur, en la pastelería Larrañaga, os recomiendo probar un par de woframitos (wolfram goxoa) creados por el Basque Culinary Center.

Mientras paseáis por las calles de Bergara mordisqueando las virutas de chocolate, sintiendo la dulzura de las yemas y de la crema, y disfrutando de los palacios, de los escudos de armas y de la historia, recordad que entre esas piedras sigue vivo el secreto que nos permitirá avanzar en la creación de conocimiento, y que quedan todavía muchos retos donde Euskadi escribirá la historia con la tinta de las ciencias, de las letras y de la innovación.

Y un último consejo: si apreciáis en algo vuestra vida, por nada del mundo, jamás de los jamases oséis pronunciar la palabra prohibida (tungsteno) entre los muros de la villa que albergó el mayor descubrimiento de la ciencia vasca.

Nota: este artículo fue publicado en su origen en el Blog de Tecnalia

Del índice regional de innovación a los proyectos de país.

– ¿Podrías decirme, por favor, qué camino tengo que seguir para salir de aquí?

– Eso depende del sitio a dónde quieras llegar -dijo el gato.

– No me importa el sitio -contestó Alicia.

– Entonces no importa mucho el camino que tomes -respondió el gato.

-…siempre que llegue a alguna parte -añadió Alicia a modo de explicación.

– Siempre llegarás a alguna parte si caminas lo suficiente.

(Alicia en el país de las maravillas. L. Carrol. 1865)

Los índices europeo y regional de innovación acaban de ver la luz. Estos indicadores son importantes porque sabemos que casi dos tercios del crecimiento económico de Europa en los últimos años pueden explicarse gracias a la innovación. Los resultados apuntan a que Europa mejora de manera visible su perfil innovador, hasta el punto de dejar atrás a los poderosos Estados Unidos, aunque sigue perdiendo posiciones frente a otros gigantes domo Japón, Corea del sur y China. Bajando la lupa hasta el nivel regional, el podium está en manos de Suiza, con dos de sus regiones -Zürich y Ticino- a la cabeza del ranking de innovación. En este punto encontramos la primera evidencia: Europa se mueve, y se mueve rápido; de las 238 regiones estudiadas, 159 han mejorado su perfil innovador en los últimos 10 años.

El País Vasco ha mejorado su perfil innovador un 8.8% desde los resultados de 2011, pero a pesar de todo, ha dejado de estar en grupo de las regiones fuertemente innovadoras para pasar al grupo de las moderadas. Aunque muchas y muchos ya lo estábamos avanzado desde que en la edición de 2017 nuestro país se situara en la frontera de las regiones por encima del 90% de la media europea (91.4%) , no por esperado deja de ser menos decepcionante. El 79.8% de esta edición no deja lugar a dudas: hemos abandonado las posiciones de cabeza en el índice para unirnos al pelotón.

Regional Innovation Scoreboard 2019. Source: European Commission.

¿Qué ha pasado?

El País Vasco cae de la posición 110 a la 132, arrastrado por las caídas en los indicadores de patentes, colaboración entre PYMEs innovadoras, productos y procesos innovadores, publicaciones público-privadas, inversión en I+D (privada y pública) y en el número de PYMEs innovadoras.

En relación a Europa tenemos debilidades claras en aplicación de diseños, patentes y marcas y en la generación de innovación en cualquiera de sus modalidades (proceso, producto, mercado y organización), así como en el número de PYMEs que innovan y en la inversión pública en I+D. Respecto a la edición anterior del indicador (RIS2017) hemos perdido posiciones en cuanto a publicaciones citadas, PYMEs innovadoras y colaboración entre PYMEs.

Estamos, eso sí, entre las mejores 40 regiones en cuanto a la cantidad de población con educación terciaria, en educación continua a lo largo de la vida y en venta de innovación como porcentaje del volumen de negocio de las PYMEs.

Perfil del País Vasco en relación a Europa (azul) y a España (naranja) en el RIS2019 y en el RIS2017. Fuente: Comisión Europea.

¿Es el índice regional de innovación el faro que debemos seguir?

Aunque los resultados acaban de salir, ya he comenzado a leer los «ya os lo dije» y los «esto se veía venir«. Pero es importante que antes de hablar, pensemos. Hay muchos y conocidos puntos de mejora en el perfil innovador del País Vasco, por lo tanto, está claro que tenemos margen de mejora y una responsabilidad con la ciudadanía actual y la futura. Sin embargo, los índices de innovación no tiene por qué marcar nuestra ruta. Si invirtiéramos un esfuerzo importante en formar a más personas, o incrementáramos de manera sustancial la inversión en I+D pública, mejoraríamos seguro nuestra posición dentro del ranking. Pero, ¿esto garantiza mejores resultados? No. No los garantiza en absoluto. Un incremento en los recursos no garantiza que mejoremos la productividad del sistema y que obtengamos más riqueza y más bienestar. Necesitamos mejorar nuestro nivel de eficiencia y de productividad; necesitamos mejorar el proceso de convertir los recursos en resultados, y esto no tiene un reflejo inmediato en el índice de innovación. Si convertimos el indicador en un objetivo final nos estamos equivocando. Los indicadores NO son objetivos finales. Son una señal de que caminamos, pero no son una garantía de que hemos elegido el buen camino.

Y ahora, ¿qué hacemos?

Lo que tenemos que hacer es elegir el camino. Como ya he comentado en ocasiones anteriores, definir una política de innovación orientada a los resultados y a la especialización inteligente es necesario pero no es suficiente. Es necesario definir una política orientada a impacto. Los grandes proyectos de país, liderados entre el gobierno y el sector empresarial serán los que nos impulsen en el camino de la competitividad. Los grandes proyectos de país serán los que nos lleven a una mayor colaboración entre empresas, a ser un país de producto propio, a salir de la carrera de ratas de los indicadores aislados.

Hace unos años, cuando los datos del informe PISA nos sacaron los colores, un amigo cercano que conoce muy bien el sistema vasco de innovación me dijo una frase que está resultando ser peligrosamente cercana a la verdad: «lo que nos ha pasado con la educación nos pasará en breve con la innovación. Es el resultado de querer vivir de las rentas«. Yo no me atrevo a decir que vivimos de las rentas porque eso sería despreciar el trabajo y el esfuerzo de las miles de personas que se esfuerzan día a día para construir país desde las empresas y desde el gobierno, pero sí que creo (y lo he dicho) que nos estamos durmiendo en los laureles, que estamos olvidando lo que fuimos y la responsabilidad que tenemos con el futuro. Como le pasa al Conejo Banco del cuento de Carrol, para mantener nuestras posiciones de bienestar y de calidad de vida, toca correr.

Asamblea General de Innobasque 2019

Esta semana he tenido el enorme placer de formar parte de la mesa redonda que la Agencia Vasca de Innovación – Innobasque ha organizado para celebrar su Asamblea General anual. He compartido reflexiones sobre el futuro de Euskadi en un contexto marcado por la dualidad China – EEUU, con el profesor Rafael Yuste, de la Universidad de Columbia, con Lourdes Moreno, CEO de Bolueta Engineering y con José María Luzarraga, confundador de la Team Academy de Grupo Mondragon.

He publicado un pequeño artículo en el blog de Tecnalia con algunas de las ideas que compartí durante el evento. Mientras tanto, os dejo un resumen: